El ser humano es social por naturaleza, y en soledad
busca alguien en quien refugiarse.
Las personas somos números en una escala de grados de
calor, cuanta más personas estén juntas mayor en la escala y mayor el calor.
Mientras, el sufrimiento es frío, que unido a la soledad se transforma en el
más frío de los inviernos. En esta estación del año muchos se acercan al solitario porque saben con
certeza que su presencia les hará bien y no será difícil conseguir su debilitado
calor. A pesar de ello se alejan de él cuando 'el número' transformado en calor les rodea.
Pero el calor se evapora con el tiempo, y la edad
arrastra temores, dolor, remordimientos, rencor, ira y, sobre todo, soledad.
El sufrimiento se padece sólo, nadie comparte tu dolor
porque tan solo lo conoce tu mente. Ese daño que se siente te hace experimentar
una soledad radical que llega a tal punto que necesitas a alguien superior,
sobrenatural y sobrehumano que te cuide: un gran padre o una gran madre que te
haga sentir que siempre estarán contigo, que te entienden y sufren contigo ese
tormento. La fe deja tu alma en tal estado de paz que te ayuda a
superar todo calvario. Una fortaleza que solo te da la fe.
Santa Teresa de Jesús, quien escribió cómo se sentía
estando gravemente enferma, decía así: "Hablaba mucho de Dios, de manera
que edificaba a todas, que se espantaban de la paciencia que el Señor me daba;
porque a no venir de mano de Su Majestad, parecía imposible poder sufrir tanto
mal con tanto contento".
El mayor de los grados de calvario es aquel en el que el pensamiento de un fallecimiento es inminente e irrevocable, ahí es cuando la mente o
decide dejarse caer en la fe, o la locura acabará por despedazarle el alma.
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