La
suave brisa de la mañana acaricia tu pelo, palpa tus labios y los deja mojados
de superficialidad. Tus ojos brillan, y son culpables de los destellos que
dañan la conducta material de la moralidad. Tus dulces pies son aquellos que recorren
una eterna deriva a la nada. En cuanto a tus delicadas manos, salen ásperas
allá donde caminas. De tus entrañas sangran especímenes perfectos cuya hueca
esencia raja vidas desesperadas. Ahogadas en su vientre, quedan para la
sepultura, bellos y caros cuerpos que un día fueron amantes de la buena vida.
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