martes, 8 de enero de 2013

Microcuento

En un lugar extraño, en un terreno insólito, solo se respiraba una dulzura que se extendía como un virus, pero un virus sin daño, un virus que los ajenos a ese lugar desearían ser infectados. Un sol naciente, una brisa caliente, un suave suspiro que te protege el alma, que expresa sin decir, que quiere sin demostrar. No existe la cautividad, es un espacio de libertad, no tienes que discurrir sólo, como obligación debes apreciar. Pero en la realidad de ese idealizado paisaje existe una sociedad cerrada, impenetrable, no aceptan ajenos, tienen miedo a perder lo que les hace únicos, no quieren mezclar sus vidas con títeres que transitan sin cesar en un mundo de egoísmo y maldad. 

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